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Los adultos mayores rohingya confían en sus familias para llevarlos a lugares seguros

Historias

Los adultos mayores rohingya confían en sus familias para llevarlos a lugares seguros

Los adultos mayores y los enfermos están entre los más vulnerables de los 370.000 rohingyas que huyeron de la violencia en Myanmar. Muchos de ellos son llevados a Bangladesh por sus familiares.
13 Septiembre 2017 Disponible también en:
La refugiada de Rohingya, Mabia Khatun (a la izquierda), de 75 años de edad, descansa después de ser transportada a Bangladesh desde Myanmar dentro de una manta que colgaba de un poste de bambú, mientras que su cuñada, Amina Khatun (a la derecha), de 80 años, se encuentra cerca.

KANJUR, Bangladesh – No es así como Mabia Khatun, de 75 años, imaginaba que pasaría su vejez: como refugiada, envuelta en una manta y llevada durante 17 días a través de la selva, huyendo de la violencia devastadora en Myanmar.

Cuando los pescadores de Bangladesh pasan la manta del camino hacia sus barcos, una mano débil emerge para pedir agua. Mientras sus hijos bajan el palo de bambú y la manta que pende de él, el polvoriento rostro de Mabia aparece poco a poco.

"No sabía lo que estaba sucediendo porque estaba dentro de la manta", jadea Mabia. Está enferma y sedienta. Han pasado horas desde que bebió por última vez y ha estado sudando mucho en la manta, se está marchitando. "No puedo caminar, pero para vivir, tengo que luchar".

Se estima que unos 370,000 refugiados rohingya han huido a Bangladesh desde el último combate violento que convulsionó al estado de Rakhine, Myanmar, el pasado 25 de agosto.

En su búsqueda de seguridad se ven forzados a una ardua caminata, a menudo a través de la selva montañosa y a través de ríos desbordados, los adultos mayores como Mabia se encuentran entre los refugiados más vulnerables que llegan al país vecino.

Cuando su aldea fue incendiada, los hijos de Mabia la envolvieron y salieron corriendo del pueblo. "Amamos a nuestra madre, por eso la hemos llevado, aun cuando era difícil", dice su hijo Ali, quien lleva a Mabia y lucha por sostenerse en el camino fangoso hacia la aldea de Kanjur.

Los rohingya, una minoría musulmana en Myanmar, mayoritariamente apátrida, ya han sido víctimas de la persecución en el pasado.

"Amamos a nuestra madre, por eso la hemos llevado, aun cuando era difícil."

"Esta vez es peor que antes", dice Mabia, mientras dos de sus nietos descansan en un saco al lado del camino. "Y la violencia es peor para los ancianos". Incapaces de correr, los adultos mayores frecuentemente dependen de sus familiares y vecinos para llevarlos a lugares seguros.

Abuelos y abuelas que arrastran a sus nietos a lo largo de caminos y carreteras constituyen una imagen común, mientras que los miembros más jóvenes de la familia jalan grandes sacos de arroz, ollas y sartenes. Hambrientos y débiles, muchos están siendo sostenidos por sus parientes más jóvenes.

Cien metros atrás, cerca del río, está la cuñada de Mabia, Amina. Ella tiene 80 años, lleva un pañuelo amarillo brillante y se apoya en sus dos hijos. Ha caminado durante 15 días desde su pueblo natal en Myanmar.

"Tengo que descansar porque estoy vieja. Ha sido muy difícil". Como Mabia, también considera que este ha sido el ataque más violento que pueda recordar.

En el río, media docena de pescadores van y vienen. Los pescadores están cobrando hasta 10.000 Taka ($123) por transbordar a los rohingya que están huyendo a través del río hacia Bangladesh.

Aquellos que no tienen dinero en efectivo pagan con la herencia de la familia, aquello que habían esperado ahorrar para las generaciones futuras.

Mustafa Khatun, de 80 años, está sentada regiamente en una silla de plástico rojo, en otro momento, en otro lugar, habría sido descrita como una silla de sedán. Su familia de 25 miembros ha cruzado en el último barco del día y descansa antes de hacer el movimiento final hacia el camino que lleva desde la frontera hacia los campamentos de refugiados.

"Vimos a cuatro personas. Estaban sentados allí, no tenían a nadie que los ayudara."

Mustafa, sus cuatro hijos y sus 17 nietos, huyeron de Maungdaw hace 17 días. "A mí me cargaron mis hijos. Me llevaron en esta silla, con palos de bambú". A pesar de su difícil situación, conserva el sentido del humor. "Incluso hemos comprado pollos", bromea.

Mabia y Mustafa son afortunadas. Durante el caos que siguió al ataque contra su aldea, el hijo de Mustafa, Abu Siddiq dice que había visto a algunos de los rohingya más viejos simplemente sentados junto a la carretera, demasiado cansados o enfermos para ir más lejos por sí solos. "Vimos a cuatro personas vivas y a una persona muerta".

Hay un cúmulo de truenos sobre las colinas de Myanmar. Está lloviznando. "Simplemente estaban sentados allí, no tenían a nadie que los ayudara", dice.

Por Jacob Judah

Gracias a la Voluntaria en Línea Violeta Chávez por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.